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Te llama tu jefe. “Ven a mi despacho, pero no te preocupes, que no va a pasar nada”.
Te llaman del colegio de tu hijo: “¿Es usted el padre de Jaimito? Venga para aquí, pero no se preocupe que no pasa nada”.
Certificado de Hacienda: “Le notificamos tiene que venir por aquí, pero que no se tiene que preocupar, porque no pasa nada y no le vamos a hacer nada”
Cuando una frase comienza con una negativa, inmediatamente nos ponemos a la defensiva y sospechamos que, en realidad, algo raro pasa.
Creo que es fácil entender que no hay nada tan sencillo para predisponer negativamente a un niño en su primera cita con el dentista que decirle “no te preocupes que no te va a hacer nada”.
Hay que explicar al niño que va a ir al dentista, sí, desde luego que sí. ¿Hay que hacerlo desde 15 días antes? No. No, porque 15 días para un niño de 3 años es una e-ter-ni-dad. Y si todos los días le estás repitiendo que va a ir a un sitio donde “no le van a hacer nada” incrementa mucho más la ansiedad de lo que nos imaginamos. Se lo podemos decir el día anterior y es más que suficiente.
Por otra parte, lo de que no se le va a hacer nada no es cierto. Porque si no ¿para qué va?. Pues va para que le miren la boca, va para conocer al dentista, para conocer el sitio… Se puede explicar que le van a mirar con un espejito tan pequeño tan pequeño que cabe dentro de la boca. Que vamos a contar cuántas muelas tiene. Que vamos a comprobar si abre la boca como un león o como un cocodrilo. Que vamos a subir a una nave espacial y le van a poner sus gafas de astronauta… lo que se os ocurra, jamás engañando y siempre hablando en el mismo idioma que el niño.
Pero la realidad es que son los padres los primeros que tienen ansiedad dental. Que saben que “no pasa nada” pero no son capaces de explicarles al niño esto porque ellos hace mucho que no van al dentista. Esto es sistemático. Cuando le pregunto a los padres, principales transmisores de microbios a sus hijos “cuándo ha sido la última vez que has ido al dentista”, normalmente las madres dicen “hace unos meses”. Y los padres “…uf…..” (cantidad indeterminada de tiempo que viene a ser entre 1 y 5 años).

La primera vez que un niño va al dentista debería ser acompañando a su madre o padre, y no al revés. Un niño que acompaña mientras ve que a papá le exploran, le ponen la luz, le tumban, le miran con un espejito… mientras el niño revolotea, olisquea, mira con curiosidad. Padre tranquilo, niño curioso. Todo controlado. En contra de lo que muchos creen, el niño no va a ponerse a abrir cajones como loco y sacar el instrumental, no se va a beber lo que tenemos debajo del lavabo, no se va a hurgar las uñas con los instrumentos que estamos utilizando, no va a ir a sacar guantes sucios de la basura. Va a mirar alucinado por la cantidad de cosillas interesantes que tenemos, cosas de diversos tamaños, de colores. de olores, de luces. Una pedazo de cámara gigante que te hace una foto sin flash ni nada ¡¡¡y te ve los huesos por dentro!!!, ¡¡¡un sillón cohete que casi te sube hasta el techo!!! (y un techo que se abre y cierra a discreción por si quieres utilizar el botón de autoexpulsar y saltar en paracaídas, como en los aviones), ¡¡¡una pistola de luz láser azul!!!.

Cualquier niño que haya acompañado a sus padres acaba queriendo pasar él por ahí. Claro, que si el padre está agarrado al sillón con los nudillos blancos, sudando como un pollo y rezando los misterios dolorosos del Santo Rosario, ese no es buen ejemplo. Entonces mejor que el niño vaya al dentista con una persona que no tenga ese miedo. El miedo, sobre todo cuando acaba degenerando en fobia, es muy mal compañero. Es la mayor causa de cancelaciones de citas..y por tanto de empeoramiento de la patología que pueda haber.

Por eso, para no llegar a esos límites, hay que ir al dentista a las revisiones periódicas, porque es el momento en el que podemos ver que algo pequeño y leve y fácilmente reversible se puede convertir en otra cosa. Y particularmente, si hacemos caso de las recomendaciones de la Sociedad Española de Odontopediatría, que dice que la primera visita del niño debe ser antes de cumplir un año, estamos haciendo que el niño se familiarice con un ambiente al que tendrá que acudir muchísimas veces. No es deseable que la primera vez que un niño va al dentista sea con dos años porque se acaba de comer el borde de la mesa del salón. Acudir al dentista con dolor manifiesto, nervios del niño, nervios de los padres, prisas, sangre, etc., no son las mejores circunstancias para trabajar sin ansiedad por parte de todo el equipo… al menos que el niño vea a una persona que ya conocía y en un entorno que al menos le sonaba.

Los padres, el niño y el dentista deben formar un equipo, un triángulo donde todos tienen el mismo peso. Sin la colaboración de una parte, las otras dos no hacen nada. Debemos hablar todos el mismo idioma, y sentirlo así desde dentro. Sentir de verdad que el dentista duerme mucho mejor cuando ve niños sanos que cuando ve niños enfermos. Si los padres de verdad creen que el dentista va a trabajar por la salud, la predisposición es muy buena y la colaboración del niño será buena o no. Igual en un primer momento no, pero en una segunda cita o tercera seguro que sí. Si los padres creen que el dentista es un albañil del diente, que tiene que tapar agujeros procurando olvidar la mirada del niño encogidico en el sillón… estaremos empastando agujeros y creando niños que cuando tengan la capacidad suficiente se negarán en redondo a ir al dentista por voluntad propia.

Miremos a nuestros hijos a los ojos. Pongámonos en su lugar y pensemos… ¿si fuéramos ellos querríamos ir al dentista?